La gastronomía guijeña es
sumamente rica y variada. A lo largo del año las amas de casa empleaban los
ingredientes que había al alcance de la mano. Por ejemplo, en el verano se
aprovechaba la gran variedad de verduras y hortalizas que ofrecían los huertos
y vergeles. Sin embargo, en invierno poca cosa podía cultivarse por lo que
durante todo el año las amas de casa se preocupaban de conservar determinados
alimentos para poder utilizarlos durante el invierno. Ya en el artículo de la
conservación de alimentos hablamos de este tema por lo que remitimos al lector
al mismo.
Durante
el invierno, muchos hombres pasaban todo el día fuera de casa con el ganado.
Los cabreros que iban a la sierra con las piaras, tenían que llevarse la comida
en el morral por lo que no podían llevarse comidas con caldo y se veían
obligados a comer “a seco”. Se llevaban pan, embutidos, jamón y tasajos. Por la
noche, al llegar a casa les apetecía comer algo caliente y de cuchara, de ahí que
las sopas fuesen la cena más habitual en nuestro pueblo.
La gastronomía guijeña
cuenta con una gran variedad de sopas de pan en la que el pan asentado se
combina con diversos ingredientes. Aunque parezcan un plato pobre y sencillo,
las sopas son sumamente nutritivas y reconfortantes tras las durísimas jornadas
de trabajo de los hombres del campo. Las sopas más habituales eran las sopas
canas (con leche, ajo y pimentón), las sopas de patatas (con patatas, ajo y
pimentón), las sopas de cocido (con el caldo sobrante del cocido), las sopas de
huevo (semejantes a la sopa castellana) y las sopas de cachuela (con sangre).
Las sopas solían acompañarse con
pimientos “charrascones” (pimientos secos fritos), con torreznillos o con uvas
pasas. En primavera se acompañaban con cerezas y el otoño con higos frescos y
uvas.
La
gente que trabajaba en el campo pero que al mediodía regresaba al pueblo para
comer (labradores y vaqueros), disfrutaban de comidas más variadas. A mediodía
solía comerse cocido que, en los primeros meses del año, se preparaba con los
huesos adobados de la matanza del cerdo.
Cuando los huesos se acababan, se
echaban en los cocidos chorizo, morcilla, tocino y carne de cabra, que era la
única que vendían los carniceros. Si durante el verano se había matado alguna
vaca en la sierra y se había aprovechado la carne para hacer tasajos, también
éstos se echaban al cocido. Ésa era precisamente la gran ventaja del cocido,
que se podía echar en el puchero cualquier carne o verdura que hubiera al
alcance de la mano según la época del año.
Otros platos de legumbres eran
también muy habituales como los granos (alubias blancas) con huesos de la
matanza o los menines (alubias carillas). Las lentejas no se solían consumir de forma extendida en
nuestro pueblo pues tenían muy mala prensa entre la mayoría de los hombres ya
que cuando habían estado haciendo “La
Mili” no comían otra cosa.
Las
patatas también eran parte importante del menú. A mediodía eran muy habituales
las
patatas triscás, conocidas en otros sitios como patatas revolconas. Se
trata de patatas cocidas aderezadas con pimentón, ajos y grasa que se hacían
puré batiéndolas con una cuchara de palo. Se acompañaban de torreznos o
pimientos “charrascones”. El nombre de “triscás” procede de la palabra
castellana “triscar” que consiste en romper las patatas con el cuchillo en
lugar de hacer un corte limpio. De esta forma, la patata suelta mejor el
almidón y el plato queda más ligado.
Otro plato
propio del invierno y sumamente apreciado, eran las
migas. Como todo el mundo
sabe, se trata de un plato muy popular en nuestro pueblo que nace de la
necesidad de aprovechar el pan duro. Las migas, al igual que el cocido, admiten
todo tipo de ingredientes cárnicos aunque lo habitual es prepararlas con lomo
adobado, panceta, ajos, pimientos y patatas fritas.
En
cuanto a las verduras invernales, eran escasas. Se limitaban a las coles y a
los puerros. Las coles se cocían y se añadían a los granos (alubias) o se
“refreían” con ajo y pimentón.
El
consumo de frutas se limitaba a las manzanas y a las naranjas. Las manzanas se
cultivaban en abundancia en el pueblo y se conservaban durante todo el invierno
sin problema. Los naranjos eran árboles poco frecuentes en nuestro pueblo pero
todos los inviernos llegaban arrieros con caballerías cargadas de naranjas.
Estos arrieros cambiaban una cesta llena de naranjas por una llena de patatas.
También se consumían uvas pasas,
higos secos, ciruelas secas y los populares orejones de melocotón que a menudo se ablandaban
un poco en agua caliente antes de consumirlos.
No
podemos terminar este artículo sin mencionar dos platos que fueron muy
populares pero que ya no se elaboran: las gachas y las castañas empringás.
Las gachas son una especie
sencillo plato preparado con harina tostada en grasa (aceite, manteca o tocino)
a la que se añade leche o caldo. Se remueve hasta formar una especie de papilla
espesa que se sirve caliente acompañada de torreznos de tocino. Fueron un plato
muy popular en nuestro pueblo y consumido especialmente durante el invierno por
ser sumamente nutritivas.
Las castañas empringás se
preparaban cociendo castañas secas y peladas (pilongas) y haciendo luego un
puré con ellas. Después se añadía al puré una mezcla de grasa y pimentón y se
mezclaba bien. Se consumían calientes, normalmente para desayunar. El desplazamiento de la castaña por la patata, como fuente de hidratos de carbono, hizo desaparecer lentamente platos de este tipo.
Información aportada por Silvestre de la Calle García