Título: Por siempre
Autora: Rocío Jiménez Montoro
Era una
tarde lluviosa, oscura, apenas un alma paseaba bajo aquellos frondosos árboles,
pero Christine acudía cada tarde a aquel banco. Muchas eran las veces que
pensaba que todo había sido un error, muchas eran las que deseaba no haber
estado allí aquel día, aquél que cambió el resto de su vida.
Habían
pasado ya siete años desde que se separaron, pero su vida no había vuelto a ser
igual, un pequeño resquicio de todo lo vivido seguía latiendo fuerte en su
interior y cada tarde volvía allí para revivir su historia, su complicada
historia. Su sonrisa apenas se dibujaba entre las arrugas de su cara llenas de
polvo por el paso del tiempo, por el tiempo en el que no había sabido quién era
ella y por el tiempo que necesitaba para saber si volvería a encontrarse a sí
misma por el camino.
Todo comenzó
un 15 de abril, podría decirse que un día como otro cualquiera. Siempre había
leído que todo ocurre por una razón pero Christine sigue preguntándose qué
motivo tenía la vida para hacerla enfrentarse a todo aquello. Era un día típico
de verano, el calor era agobiante, el momento de conocerle había llegado. No
había marcha atrás y lo que para ella parecía ser el día más feliz de su vida
también se convirtió en el más triste. Porque allí, en aquel mismo instante, en
aquel banco, se esfumó su esencia y agarrada a aquella vieja madera se quedó su
alma y su juventud.
Como toda
historia de amor todo comienza con un bonito beso, una caricia, dos miradas que
se cruzan, una esperanza, un sueño. Cada segundo que Christine pasaba a su lado
su corazón latía tan fuerte que podía verlo salir de su pecho y con cada
sonrisa que la dedicaba se iba enamorando un poco más del que creía era su
pareja, su compañero, su amigo.
Las mentiras
tienen las patas muy cortas pero aquellas se enredaban cual raíces por todo su
cuerpo. Tiempo es lo que siempre faltaba, tan solo había tardes en las que ella
esperaba en su ventana mirando la vida pasar mientras él simplemente no estaba
a su lado.
Apenas puede
decir su nombre ahora, porque Hugo se lo llevó todo a su paso. Los días pasaban
y las lágrimas surgían una y otra vez de sus ojos cada vez que él estaba
distante, ausente, cada vez que él no tenía cinco minutos que dedicarla. El
mundo de Christine poco a poco se fue derrumbando, su dignidad se fue el día
que dejó que él la humillara por primera vez. Estaba totalmente absorta y vivía
en una realidad paralela, todos sus amigos trataban de abrirla los ojos e
incluso su familia tiraba de ella, pero nada era suficiente, esos ojos azules
la habían hechizado. Solo hacían falta que dos palabras salieran de su boca y
tras ellas todo quedaba olvidado, o eso quería creer Christine, pero su corazón
se iba marchitando poco a poco.
Se iba
haciendo más y más pequeña, se sentía culpable por todo, en ocasiones pensaba que
quizás se merecía que la tratase así, que la mintiera así. Ella solo quería
sentirse amada, pero, sin embargo se odiaba a sí misma por permitir que aquello
pasara, por permitir que él se apoderara de toda su vida. Y mientras, el tiempo
pasaba y las promesas de amor se desgastaban en su boca.
Cuando por
fin Christine se decidió a dejarle, llegó el primer golpe y con él se sumergió
en un profundo y oscuro agujero
del que jamás volvería a salir. Estaba junto a las escaleras con sus maletas, despidiéndose, diciéndole lo mucho que significaba
para ella y lo mucho que lo echaría de menos cuando Hugo lanzó su primer
puñetazo. Apenas dolió nada comparado con lo fuerte que se le clavaron sus
palabras: “¡no me dejarás jamás, eres mía!”. Aquella frase le marcaría el resto
de su vida y llegaría a creerla durante mucho tiempo.
El silencio
se apoderó de la casa, ninguno de los dos era capaz de reaccionar y por un
instante Christine había deseado no estar allí, no estar viva, ya que su amor
por él era lo único que le quedaba, y ahora ya no tenía nada.
Inmóvil en
un rincón estaban los pedazos de su vida tratando de encajar lo que había
sucedido, Hugo fue el primero en dar un paso pero Christine temblaba, tenía la
mirada perdida, tan solo trataba de borrar aquellos 5 minutos que se habían
convertido en toda una eternidad. Se levantó como pudo y besó la gélida cara de
Hugo susurrándole al oído: “No pasa nada, todo está bien, voy a guardar las
cosas.” Y en ese mismo instante fue consciente de que nunca podría salir de
allí, de que su vida estaba en sus manos porque la sola idea de contárselo a
alguien le hacía sentirse aún más absurda e inútil por no poder resolver sus
problemas sola.
Christine
siempre había soñado con cuentos de hadas, con enamorarse y envejecer al lado
de su amado. La soledad era algo que le atormentaba desde muy pequeña, desde
que por primera vez se quedó en silencio consigo misma. Siempre había estado
rodeada de cierto pesimismo, apenas era capaz de vislumbrar un rayo de sol al
final del camino así que cuando conoció a Hugo su vida cambió y por un pequeño
espacio de tiempo se sintió feliz como nunca antes.
Pasaron
varios días en silencio desde que Hugo la golpeó por primera vez, quiso pensar
que simplemente se le había ido
de las manos aquel día y que nunca más volvería a pasar, pero para su desgracia
no fue así. Apenas había pasado una semana cuando Hugo, estresado por el
trabajo, llegó hecho una furia a casa. Christine estaba recogiendo la cocina
cuando sin mediar palabra la empujó contra la nevera, “tu tienes la culpa de
todo” le repetía una y otra vez mientras la golpeaba. Cuando se vio abatido por
su propio cansancio se marchó en silencio dejándola ahí tirada, empapada en su
propia sangre.
El tiempo
fue pasando y las palizas se fueron repitiendo, la vida se apagaba en los ojos
de Christine, apenas salía de casa, no quería hablar con nadie, la distancia y
el tiempo le habían arrebatado a todos sus amigos, amigos que nunca fueron del
gusto de Hugo quien poco a poco se encargó de alejarles de ella. Su familia
llamaba pero apenas respondía, apenas tenía fuerzas para seguir luchando, se
alimentaba de la esperanza de que él cambiara y volviese a ser el joven apuesto
que un día le besó apasionadamente en aquel banco, pero cuanto más tiempo
pasaba menos le reconocía.
Christine
arrastró en silencio poco más de un año de tormentosa convivencia y numerosas
palizas. Ya no imaginaba un futuro, no podía pensar en nada alegre, sus días
pasaban contando los segundos que quedaban para que él llegara a casa y se
despachara a gusto con ella. Se había abandonado a su destino, había perdido
las ganas de vivir, de amar, de luchar.
Un 20 de
julio Christine estuvo cerca de acabar con todo su sufrimiento, se encontraba
en la habitación cuando Hugo
llegó, el olor a perfume de mujer se extendió por toda la casa junto con la
furia y rabia que brotaba de su cuerpo. Christine, temblorosa, salió de la
habitación para preguntarle qué tal su día cuando percibió el carmín en su
rostro y su mirada cargada de ira, cuando ella intentó acercarse para saber
porqué, empezaron los golpes. Tan solo hizo falta un mal puñetazo para que
Christine cayera rodando por las escaleras. Una pequeña sonrisa se dibujó en su
amoratada cara mientras caía, el fin parecía cerca.
Por un
momento Hugo se sintió asustado, ella no se movía, estaba inconsciente, no pudo
ni acercarse, la sola idea de
que podía haberla matado le llevó a salir corriendo de casa sin mirar atrás,
dejándola allí, a su suerte.
Aquella noche
todo acabaría, el dolor, el sufrimiento, la soledad, la tristeza... Hugo corrió
y corrió, estaba bloqueado, asustado, por un momento echó la vista atrás y
recordó las veces que ella estuvo ahí para sacarle una sonrisa, para apoyarle,
para quererle sin esperar nada a cambio. Nunca recibió lo que se merecía, nadie
la hizo feliz y él se lo había arrebatado todo, hasta su vida.
Y en aquel
momento actuó como el hombre que no había sabido ser, apenas lo pensó un
segundo, no podía más, no podía seguir así, lo había perdido todo, su trabajo,
su vida y ahora a la única persona a la que había querido a su manera, a su
errónea manera. Y allí estaba, subido en ese puente mirando al vacío, pidiendo
perdón por todos los errores que había cometido y suplicando al cielo que la
diese una segunda oportunidad de ser feliz, de tener una vida. Y entonces
saltó, y estuvo en paz por primera vez en su vida consigo mismo, no tenía
miedo, sabía que era lo correcto y que su momento había llegado. Aquel día Hugo
se perdió en la oscuridad de la noche y su cuerpo sin vida se alejó con la
corriente.
Mientras, en
aquella oscura casa un hilo de vida parecía brotar de los ojos de Christine, no
sentía su cuerpo pero por una vez en mucho tiempo decidió luchar y se arrastró
como pudo hasta el teléfono. Sentía vergüenza, mucha vergüenza así que solo
pudo llamar a la ambulancia, no quería que su familia la viese así. Fueron
pocos los minutos que tardaron en llegar pero para ella fueron eternos, su
temor porque llegara Hugo antes que la ambulancia se apoderó de ella y la llevó
a la inconsciencia de nuevo.Cuando despertó se vio rodeada de flores y creyó
estar en el cielo, aquella habitación tenía todo lo que necesitaba, su familia.
Sus ojos le buscaron en cada rincón, pero él no estaba allí, se había ido para
siempre.
Al enterarse
de lo que había pasado su aturdida cabeza y roto corazón no supieron
reaccionar, tan solo pudo llorar, todavía hoy se pregunta si era de alegría o
de tristeza. Ella lo quiso hasta el último de sus días porque todavía podía ver
algo de amor en su atormentada alma. Christine se mudó con su familia hasta que
las pesadillas dejaron de despertarla empapada en sudor, hasta que dejó de
verle en cada espejo, en cada ventana, en cada habitación, hasta que reunió el
valor suficiente para contar en voz alta todo lo que había estado pasando.
Y en aquel banco sigue recordando cada momento,
todavía hoy recorre con sus dedos cada cicatriz de su cuerpo y piensa en él y
en cómo acabó todo, en las palabras que no pudo decirle y en lo cobarde de su
decisión. Acude allí para buscar la paz y las fuerzas para poder empezar de
nuevo su vida. Y sentada en ese triste lugar reza para que no haya más piedras
en su camino y espera a que la vida le regale la paz que tanto ansía, porque
espera volver a encontrar de nuevo su sonrisa, aquella que perdió un 15 de
abril.