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martes, 28 de mayo de 2013

Relato Ganador del Concurso de Relato Corto Viriato 2013

Título: Por siempre

Autora: Rocío Jiménez Montoro

Era una tarde lluviosa, oscura, apenas un alma paseaba bajo aquellos frondosos árboles, pero Christine acudía cada tarde a aquel banco. Muchas eran las veces que pensaba que todo había sido un error, muchas eran las que deseaba no haber estado allí aquel día, aquél que cambió el resto de su vida.
Habían pasado ya siete años desde que se separaron, pero su vida no había vuelto a ser igual, un pequeño resquicio de todo lo vivido seguía latiendo fuerte en su interior y cada tarde volvía allí para revivir su historia, su complicada historia. Su sonrisa apenas se dibujaba entre las arrugas de su cara llenas de polvo por el paso del tiempo, por el tiempo en el que no había sabido quién era ella y por el tiempo que necesitaba para saber si volvería a encontrarse a sí misma por el camino.

Todo comenzó un 15 de abril, podría decirse que un día como otro cualquiera. Siempre había leído que todo ocurre por una razón pero Christine sigue preguntándose qué motivo tenía la vida para hacerla enfrentarse a todo aquello. Era un día típico de verano, el calor era agobiante, el momento de conocerle había llegado. No había marcha atrás y lo que para ella parecía ser el día más feliz de su vida también se convirtió en el más triste. Porque allí, en aquel mismo instante, en aquel banco, se esfumó su esencia y agarrada a aquella vieja madera se quedó su alma y su juventud.

Como toda historia de amor todo comienza con un bonito beso, una caricia, dos miradas que se cruzan, una esperanza, un sueño. Cada segundo que Christine pasaba a su lado su corazón latía tan fuerte que podía verlo salir de su pecho y con cada sonrisa que la dedicaba se iba enamorando un poco más del que creía era su pareja, su compañero, su amigo.
Las mentiras tienen las patas muy cortas pero aquellas se enredaban cual raíces por todo su cuerpo. Tiempo es lo que siempre faltaba, tan solo había tardes en las que ella esperaba en su ventana mirando la vida pasar mientras él simplemente no estaba a su lado.

Apenas puede decir su nombre ahora, porque Hugo se lo llevó todo a su paso. Los días pasaban y las lágrimas surgían una y otra vez de sus ojos cada vez que él estaba distante, ausente, cada vez que él no tenía cinco minutos que dedicarla. El mundo de Christine poco a poco se fue derrumbando, su dignidad se fue el día que dejó que él la humillara por primera vez. Estaba totalmente absorta y vivía en una realidad paralela, todos sus amigos trataban de abrirla los ojos e incluso su familia tiraba de ella, pero nada era suficiente, esos ojos azules la habían hechizado. Solo hacían falta que dos palabras salieran de su boca y tras ellas todo quedaba olvidado, o eso quería creer Christine, pero su corazón se iba marchitando poco a poco.

Se iba haciendo más y más pequeña, se sentía culpable por todo, en ocasiones pensaba que quizás se merecía que la tratase así, que la mintiera así. Ella solo quería sentirse amada, pero, sin embargo se odiaba a sí misma por permitir que aquello pasara, por permitir que él se apoderara de toda su vida. Y mientras, el tiempo pasaba y las promesas de amor se desgastaban en su boca.

Cuando por fin Christine se decidió a dejarle, llegó el primer golpe y con él se sumergió en un profundo y oscuro agujero del que jamás volvería a salir. Estaba junto a las escaleras con sus maletas, despidiéndose, diciéndole lo mucho que significaba para ella y lo mucho que lo echaría de menos cuando Hugo lanzó su primer puñetazo. Apenas dolió nada comparado con lo fuerte que se le clavaron sus palabras: “¡no me dejarás jamás, eres mía!”. Aquella frase le marcaría el resto de su vida y llegaría a creerla durante mucho tiempo.
El silencio se apoderó de la casa, ninguno de los dos era capaz de reaccionar y por un instante Christine había deseado no estar allí, no estar viva, ya que su amor por él era lo único que le quedaba, y ahora ya no tenía nada.

Inmóvil en un rincón estaban los pedazos de su vida tratando de encajar lo que había sucedido, Hugo fue el primero en dar un paso pero Christine temblaba, tenía la mirada perdida, tan solo trataba de borrar aquellos 5 minutos que se habían convertido en toda una eternidad. Se levantó como pudo y besó la gélida cara de Hugo susurrándole al oído: “No pasa nada, todo está bien, voy a guardar las cosas.” Y en ese mismo instante fue consciente de que nunca podría salir de allí, de que su vida estaba en sus manos porque la sola idea de contárselo a alguien le hacía sentirse aún más absurda e inútil por no poder resolver sus problemas sola.

Christine siempre había soñado con cuentos de hadas, con enamorarse y envejecer al lado de su amado. La soledad era algo que le atormentaba desde muy pequeña, desde que por primera vez se quedó en silencio consigo misma. Siempre había estado rodeada de cierto pesimismo, apenas era capaz de vislumbrar un rayo de sol al final del camino así que cuando conoció a Hugo su vida cambió y por un pequeño espacio de tiempo se sintió feliz como nunca antes.

Pasaron varios días en silencio desde que Hugo la golpeó por primera vez, quiso pensar que simplemente se le había ido de las manos aquel día y que nunca más volvería a pasar, pero para su desgracia no fue así. Apenas había pasado una semana cuando Hugo, estresado por el trabajo, llegó hecho una furia a casa. Christine estaba recogiendo la cocina cuando sin mediar palabra la empujó contra la nevera, “tu tienes la culpa de todo” le repetía una y otra vez mientras la golpeaba. Cuando se vio abatido por su propio cansancio se marchó en silencio dejándola ahí tirada, empapada en su propia sangre.

El tiempo fue pasando y las palizas se fueron repitiendo, la vida se apagaba en los ojos de Christine, apenas salía de casa, no quería hablar con nadie, la distancia y el tiempo le habían arrebatado a todos sus amigos, amigos que nunca fueron del gusto de Hugo quien poco a poco se encargó de alejarles de ella. Su familia llamaba pero apenas respondía, apenas tenía fuerzas para seguir luchando, se alimentaba de la esperanza de que él cambiara y volviese a ser el joven apuesto que un día le besó apasionadamente en aquel banco, pero cuanto más tiempo pasaba menos le reconocía.

Christine arrastró en silencio poco más de un año de tormentosa convivencia y numerosas palizas. Ya no imaginaba un futuro, no podía pensar en nada alegre, sus días pasaban contando los segundos que quedaban para que él llegara a casa y se despachara a gusto con ella. Se había abandonado a su destino, había perdido las ganas de vivir, de amar, de luchar.

Un 20 de julio Christine estuvo cerca de acabar con todo su sufrimiento, se encontraba en la habitación cuando Hugo llegó, el olor a perfume de mujer se extendió por toda la casa junto con la furia y rabia que brotaba de su cuerpo. Christine, temblorosa, salió de la habitación para preguntarle qué tal su día cuando percibió el carmín en su rostro y su mirada cargada de ira, cuando ella intentó acercarse para saber porqué, empezaron los golpes. Tan solo hizo falta un mal puñetazo para que Christine cayera rodando por las escaleras. Una pequeña sonrisa se dibujó en su amoratada cara mientras caía, el fin parecía cerca.
Por un momento Hugo se sintió asustado, ella no se movía, estaba inconsciente, no pudo ni acercarse, la sola idea de que podía haberla matado le llevó a salir corriendo de casa sin mirar atrás, dejándola allí, a su suerte.

Aquella noche todo acabaría, el dolor, el sufrimiento, la soledad, la tristeza... Hugo corrió y corrió, estaba bloqueado, asustado, por un momento echó la vista atrás y recordó las veces que ella estuvo ahí para sacarle una sonrisa, para apoyarle, para quererle sin esperar nada a cambio. Nunca recibió lo que se merecía, nadie la hizo feliz y él se lo había arrebatado todo, hasta su vida.

Y en aquel momento actuó como el hombre que no había sabido ser, apenas lo pensó un segundo, no podía más, no podía seguir así, lo había perdido todo, su trabajo, su vida y ahora a la única persona a la que había querido a su manera, a su errónea manera. Y allí estaba, subido en ese puente mirando al vacío, pidiendo perdón por todos los errores que había cometido y suplicando al cielo que la diese una segunda oportunidad de ser feliz, de tener una vida. Y entonces saltó, y estuvo en paz por primera vez en su vida consigo mismo, no tenía miedo, sabía que era lo correcto y que su momento había llegado. Aquel día Hugo se perdió en la oscuridad de la noche y su cuerpo sin vida se alejó con la corriente.

Mientras, en aquella oscura casa un hilo de vida parecía brotar de los ojos de Christine, no sentía su cuerpo pero por una vez en mucho tiempo decidió luchar y se arrastró como pudo hasta el teléfono. Sentía vergüenza, mucha vergüenza así que solo pudo llamar a la ambulancia, no quería que su familia la viese así. Fueron pocos los minutos que tardaron en llegar pero para ella fueron eternos, su temor porque llegara Hugo antes que la ambulancia se apoderó de ella y la llevó a la inconsciencia de nuevo.Cuando despertó se vio rodeada de flores y creyó estar en el cielo, aquella habitación tenía todo lo que necesitaba, su familia. Sus ojos le buscaron en cada rincón, pero él no estaba allí, se había ido para siempre.

Al enterarse de lo que había pasado su aturdida cabeza y roto corazón no supieron reaccionar, tan solo pudo llorar, todavía hoy se pregunta si era de alegría o de tristeza. Ella lo quiso hasta el último de sus días porque todavía podía ver algo de amor en su atormentada alma. Christine se mudó con su familia hasta que las pesadillas dejaron de despertarla empapada en sudor, hasta que dejó de verle en cada espejo, en cada ventana, en cada habitación, hasta que reunió el valor suficiente para contar en voz alta todo lo que había estado pasando.

Y en aquel banco sigue recordando cada momento, todavía hoy recorre con sus dedos cada cicatriz de su cuerpo y piensa en él y en cómo acabó todo, en las palabras que no pudo decirle y en lo cobarde de su decisión. Acude allí para buscar la paz y las fuerzas para poder empezar de nuevo su vida. Y sentada en ese triste lugar reza para que no haya más piedras en su camino y espera a que la vida le regale la paz que tanto ansía, porque espera volver a encontrar de nuevo su sonrisa, aquella que perdió un 15 de abril.

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